Comienza el juego
Llegó el último año escolar, un año de profundos cambios internos y externos. Lola se sometió a una rigurosa dieta y logró adelgazar, aunque no por eso consiguió estar en armonía con su cuerpo, tampoco logró quererse ni aceptarse tal cual como era, que era mucho, que es mucho, eso le dijeron, le dicen.
Conoció a su primer gran amor y vivió todo su último año de la secundaria pendiente de él y de los encuentros que tenían, le dio fuerza, la llenó de vitalidad, de ganas de vivir, de amar y pensó haber descubierto su objetivo en la vida: casarse y tener hijos. Ese fue el sinónimo de felicidad para ella, lo sigue siendo.
Transcurrieron los días, los meses y el noviazgo finalmente llegó a su fin. Se sintió abatida. Eso no impidió que siguiera buscando la conciliación con su cuerpo, adelgazar más, vestirse diferente y prepararse para el verano que pronto llegaría y que volvería a transcurrir en el lugar de moda, en ese lugar donde se sintió deseada por primera vez, donde sintió por primera vez la mirada masculina en su cuerpo.
Ropa, maquillaje, trajes de baño, historias que contar; historias nacidas de su imaginación que meticulosamente creaba para luego deslumbrar al interlocutor de turno con ellas. Las creaciones de su mente eran lo que ella quería que su vida fuese, lo que ella arbitrariamente consideró que la haría aparecer interesante frente a los ojos de los demás, historias que la hacían sentir segura, poderosa y que su razón le hacía aparecer como la manera segura de obtener el éxito. ¿Qué éxito? ¿Se habrá planteado lo que era el éxito para ella y no para el resto de la humanidad? ¿Tenía un Norte propio? ¿Tenía una vida o simplemente una historia de vida?
Lola resolvió a temprana edad que su vida no atraería a nadie, que su calidad de persona no valía, que el juego se le había presentado de otra manera y ella estaba dispuesta a jugar con las reglas, tácitas, pero para ella eran las únicas válidas.
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